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La evolución del sistema educativo está ligada intrínsecamente a los cambios en otros ámbitos de la vida cotidiana. De la misma manera que vivimos en una sociedad en la que la rapidez, y en muchos casos la inmediatez, se ha adueñado de nuestro tiempo, la escuela no ha podido escapar de esa inercia voraz.
El aprendizaje a través de la experiencia ha dejado paso a la
educación en el pupitre en la que encontrar la respuesta correcta se ha
convertido en la base del conocimiento.
Las tecnologías de la educación como herramienta de búsqueda han
llegado a abarcar una gran parte de ese tiempo tan necesario
precisamente para aprender a aprender, para observar la realidad en
primera persona, trabajar en equipo, fomentar las relaciones con los
demás o salir de las paredes que envuelven la educación en el aula.
Quizá sea el momento de comenzar a dar pasos hacia una educación cuya velocidad se ajuste a cada momento y a cada persona. Variar los ritmos de aprendizaje en la medida de lo posible, que sean las actividades las que definan el tiempo necesario para llevarlas a cabo y no al contrario, ofrecer al alumnado tiempo para crear o imaginar, en definitiva, intentar disfrutar de este aprendizaje.
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Quizá sea el momento de comenzar a dar pasos hacia una educación cuya velocidad se ajuste a cada momento y a cada persona. Variar los ritmos de aprendizaje en la medida de lo posible, que sean las actividades las que definan el tiempo necesario para llevarlas a cabo y no al contrario, ofrecer al alumnado tiempo para crear o imaginar, en definitiva, intentar disfrutar de este aprendizaje.
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